Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) se han convertido en una herramienta insustituible y de indiscutible valor y efectividad en el manejo de la información con propósitos didácticos (Canós y Mauri, 2005). Las fuentes de información y los mecanismos para distribuirla se han informatizado y resulta difícil poder concebir un proceso didáctico en la Universidad sin considerar esta competencia docente.
No cabe ninguna duda de que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación están llamadas a alterar profundamente la docencia universitaria. Pero para que ello suceda, para que los cambios no se queden en una mera alteración del soporte habrá de producirse una auténtica revisión del uso que actualmente se les está dando. Debemos tener en cuenta que hay una diferencia abismal entre tecnologías cerradas (como los CD-ROM) y tecnologías abiertas como la video-conferencia, el correo electrónico e Internet. Así, la incorporación de las TICs a la enseñanza requiere un cierto nivel de competencia técnica, sin considerarlas meros contenedores de información (Canós, Ramón y Albaladejo, 2007).
En definitiva, la incorporación de las nuevas tecnologías debería constituir una nueva oportunidad para transformar la docencia universitaria y optimizar la calidad de los aprendizajes de los alumnos, aunque por sí mismas las TICs no mejorarán la enseñanza.
Las nuevas tecnologías hacen posibles nuevas modalidades de enseñanzaaprendizaje. Sobre todo, la enseñanza a distancia o semipresencial. Pero requieren igualmente de nuevas competencias en profesores y alumnos para que dichas fórmulas resulten exitosas. Exige de los profesores (aparte de las competencias técnicas básicas a las que antes me he referido) nuevas competencias tanto en la preparación de la información y las guías de aprendizaje como en el mantenimiento de una relación tutorial a través de la red. Exige de los alumnos junto a la competencia técnica básica para el manejo de los dispositivos técnicos, la capacidad y actitudes para llevar a cabo un proceso de aprendizaje autónomo y para mantener una relación fluida con su tutor.
En un reciente informe sobre la incorporación de las nuevas tecnologías a la enseñanza universitaria se decía que sus aportaciones habrían de estar orientadas a propiciar (Canós y Ramón, 2006):
Una mayor interacción entre estudiantes y profesores (sobre todo haciendo uso de las video-conferencias, el correo electrónico e Internet).
Una más intensa colaboración entre estudiantes, favoreciendo la aparición de grupos de trabajo y de discusión.
La incorporación de los simuladores como nueva herramienta de aprendizaje.
La adquisición y desarrollo de nuevas competencias por parte de los estudiantes a través de su participación en laboratorios virtuales de investigación.
La posibilidad de disponer de más frecuentes y potentes formas de retroacción en la comunicación entre estudiantes y entre estudiantes y profesores.
El acceso de los estudiantes a un abanico ilimitado de recursos educativos.
El trabajo autónomo del alumno permite desarrollar la autosuficiencia del aprendizaje ya que implica establecer unos objetivos internos y adquirir responsabilidades, hábitos y técnicas de trabajo intelectual. Sirve para aprender conceptos, principios y teorías fundamentales que, aplicados a la realidad, hace que cobren sentido y demuestra la asimilación de los conocimientos de forma estructurada. Del mismo modo, este aprendizaje permite emitir opiniones y juicios de valor acerca de cualquier situación. Otro aspecto positivo de esta técnica de trabajo es que el alumno aprende a identificar y cribar la información realmente importante, desechando la complementaria y superficial, con lo que es capaz de defender sus opiniones y enfrentarse a cualquier problema, incluso multidisciplinar, ya que el estudiante ha desarrollado, por ejemplo, funciones de búsqueda de información, estructuración y sintetización de ideas, habilidades relacionales, de expresión y comunicación, de organización o de liderazgo (Lussier, 2003).
Las limitaciones que podemos encontrar se centran en el poco hábito adquirido por los estudiantes a lo largo de su vida académica para trabajar siguiendo este sistema. En la mayoría de los casos, los alumnos están acostumbrados a memorizar, dejando de lado una necesaria reflexión sobre los conceptos, sobre su naturaleza, origen, etc.; el objetivo es aprobar el examen, y no son conscientes de que estos conocimientos van a ser útiles a lo largo de su vida profesional en más de una ocasión. Esto se debe en parte a la excesiva carga de prácticas, clases, pruebas parciales o seminarios a los que asisten, que les dejan poco tiempo para estudiar concienzudamente. Otra barrera se encuentra en la forma de elaborar los trabajos: realizar una práctica o un trabajo no consiste en “copiar y pegar” de otros textos ya elaborados, sino que se debe hacer una síntesis propia para poder obtener una conclusiones personales. Finalmente, existe una tendencia a considerar las diferentes asignaturas como compartimentos estancos, sin tener en cuenta que todos los contenidos y competencias que desarrollan forman parte de un todo que es la orientación profesional elegida para la futura incorporación al mercado de trabajo (Canós y Ramón, 2008).
El trabajo autónomo del alumno fomenta las habilidades necesarias para trabajar en equipo. Un equipo es un conjunto pequeño de personas que comparten el liderazgo y las habilidades individuales para conseguir un objetivo común (Canós, 2004). Para que el equipo funcione bien es necesario, entre otras cosas, fijar objetivos claros, realistas y medibles, delegar responsabilidades y tareas y fomentar la comunicación y la cooperación (Torres, 2003).
Para que el trabajo autónomo dé sus frutos, es necesario que el profesor realice un diagnóstico al comienzo de curso para conocer el punto de partida, en cuanto a conocimientos y habilidades, de los alumnos. Además, se debe dar gran importancia a la motivación. El profesor debe motivar a sus alumnos explicando claramente las actividades a realizar y los objetivos a cumplir y desarrollando paulatinamente sus competencias comunicativas; de este modo, el alumno tendrá claro en todo momento cuál es el fin de la actividad y qué va a aprender con ello. El docente también debe establecer un sistema de detección de errores en el proceso para poder subsanarlos y el estudiante, por su parte, debe empezar a regular, gestionar y autocorregir sus errores, por lo que es importante realizar una planificación de las tareas. Finalmente, el profesor medirá los objetivos alcanzados por cada estudiante y por el grupo globalmente, lo que servirá al estudiante para sintetizar, relacionar y recapitular los conceptos aprendidos (Canós y Ramón, 2005).
No hay comentarios:
Publicar un comentario